Uno de los aspectos más destacables del subsistema de la comunicación de masas y que define mejor sus funciones de control cultural es el conocimiento y tipologización de los mensajes transmitidos; no sólo los referidos a medios tradicionales como prensa o revistas, sino también a los tecnológicos como radio o televisión.
Dentro de los contenidos, destaca la información en sentido estricto: las noticias, cuya referencia son los acontecimientos (de actualidad, algunas veces también históricos), que tienen gran importancia por su flujo constante y por su eficacia persuasiva. Es un mecanismo sociopolítico y sociocultural de amplia influencia e intensa presión simbólica. He denominado a este tipo de contenido «información cognoscitiva de actualidad», puesto que incluye, además de las noticias, la opinión práctica periodística, que en conjunto tiene una efectividad directa, mediata e inmediata según el contexto, sobre la mayoría de los lectores, oyentes y espectadores de nuestras sociedades democráticas (Roiz, 1994).
Por intermedio de este tipo de información, estamos expuestos necesariamente a su influencia, que suele estar de acuerdo con las intenciones manifiestas del poder. Aunque su contenido pueda ser más o menos objetivo, y se valore su relación con la «verdad» de lo que se dice, en general siempre está manipulado tanto por las empresas periodísticas o de comunicación e información como por los propios periodistas o redactores, interviniendo inevitablemente criterios variados en su elaboración.
Los acontecimientos no sólo tienen un valor como hechos sucedidos, sino también por los significados que los emisores institucionales les adscriben, instrumentalizándolos para sus fines e interpretándolos desde perspectivas ideológicas. El concepto que tan afortunadamente ideó E. Verón de «semantización» para referirse a que la descripción, comentario y valoración sobre cualquier acontecimiento están siempre subsumidos en las significaciones que sobrepone el emisor; y detrás de los que emerge con mayor o menor latencia la técnica de control persuasivo, es de relevante importancia para una teoría crítica de la comunicación de masas (Verón, 1968, 133-191).
Ni la información ni menos aún la opinión son neutrales en la comunicación de masas; siempre son interesadas. Cuando sometemos el discurso informativo al «análisis de contenido» o al «análisis de texto» (técnicas diferentes pero complementarias), la ideología del emisor aparece codificada en diversas formas (evaluación de objetos de actitud, intenciones manifiestas o latentes, representaciones del mundo en ámbitos espaciales, temporales, personales, etc.) y suele surgir con relativa facilidad (Bardin, 1986; Van Dijk, 2000).
La información, a su vez, incide sobre la opinión pública, que es el resultado de opiniones contrapuestas y cruzadas sobre asuntos de interés común y público, que tienen su origen en las diversas formas comunicativas sociales y que se reelaboran en los procesos de transmisión de información, creando un diálogo permanente sobre problemas relevantes de la comunidad o la sociedad (Monzón, 1996).
Los receptores suelen poseer actitudes selectivas sobre aquellos problemas que les interesan de verdad y sobre los cuales toman posición permanentemente, actualizando y matizando sus opiniones en el tiempo, de acuerdo con el devenir de los acontecimientos y con la aportación de nuevas informaciones.
Los resultados de estudios norteamericanos realizados en los años cincuenta y sesenta revelan que los medios actúan preferentemente reforzando las actitudes preexistentes; y poco a favor del cambio de las mismas (Klapper, 1976, 611). El objetivo de refuerzo de actitudes y valores es evidente en la mayor parte de la información que se transmite, sobre todo en la televisión; y quizás algo menos en prensa, revistas y radio; además, tiene un claro signo conservador.
Estudios posteriores de los años setenta y ochenta explican algunos de los principales rasgos funcionales de los medios, verificados en la prueba de la investigación social, según resultados de análisis de contenido. Tales estudios reflejan que el papel informativo de los medios se concentra en la adquisición de conocimientos, en la socialización y en el establecimiento de la agenda de los públicos (tematización). Sin embargo, en lo que se refiere a su influencia en la formación y cambio de actitudes partidistas, sobre todo en el campo de la comunicación política, los medios tienen también efectos cognitivos muy relevantes, ya que definen en buena parte, y además valoran, los temas necesarios para la formación de las opiniones políticas, económicas y sociales de los ciudadanos (Bryant y Zillman, 1996).
Esta influencia notoria de los medios tiene lugar también a través del proceso denominado «priming»: se trata de la expansión que los medios dan a un determinado tipo de contenido o de mensaje que es activado deliberadamente durante un período de tiempo. Además, cuanto más dura el tiempo de exposición tanto mayor es la probabilidad de que el concepto y las representaciones emitidas permanezcan en la memoria de los receptores y por lo tanto influyan en los momentos oportunos acerca de «algo» (político, publicitario, etc.).
Una importante función comunicativa de los medios se refiere a la creación de opinión sobre temas nuevos. Aunque las investigaciones realizadas no han dado resultados concluyentes, se supone que los medios son extremadamente eficaces en este aspecto. Los ciudadanos sólo pueden opinar —y en consecuencia tomar posición sobre algo o alguien— cuando esta opinión se ha creado y difundido en el espacio de los medios de comunicación. Entonces existe ya una problemática sobre la que se puede tomar partido públicamente, puesto que se supone que afecta a todos los ciudadanos, siempre que sea de interés común. El propio Klapper indica que sin referencia, problemática, tema, controversia o debate no existe opinión.
Los medios son eficaces en la creación de opinión, porque cuando inicialmente una problemática nueva (por ejemplo, la ampliación de la Unión Europea a nuevos miembros del este de Europa) no ha llegado a los líderes ni a los grupos sociales que canalizan normalmente la opinión, tampoco éstos tienen condiciones para orientarla en un sentido claro, positivo o negativo; y entonces la principal, cuando no la única, fuente del nuevo conocimiento son los medios, con lo cual adquieren una autoridad indiscutible al respecto.
La opinión pública siempre está en mayor o menor grado orientada por los medios de comunicación, aunque a menudo puede aparecer encubierta por la práctica de la tematización. Otras veces es manifiestamente partidista. Aunque les pueda sentar mal a los seguidores de McLuhan, la orientación e influencia se deben más, en mi opinión, al tipo, carácter y signo valorativo de los contenidos que al propio medio de comunicación como artefacto.
Sin embargo, el soporte tecnológico aumenta la carga semántica de la información-opinión al revalorizar la credibilidad de la fuente. Como ejemplo destaco que una mayoría de la población adulta española considera que el medio en el que tiene más confianza por la información transmitida, y al que habían prestado más atención los ciudadanos en los espacios dedicados a la política durante las campañas electorales había sido indiscutiblemente la televisión (Roiz, 1988, 87-197).
Teóricamente, los medios podrían servir de interlocutores con la opinión pública e interactuar con ésta en un debate permanente que podría elevar el nivel de cultura cívica y en el que deberían también participar las instituciones sociopolíticas (partidos, gobiernos, sindicatos, centrales patronales) y otras organizaciones (religiosas, educativas, no gubernamentales). En la actual situación de dominio de los grupos de presión y centros de decisión, el poder simbólico y comunicativo que supone crear y transmitir información y opinión está claramente en los medios, que poseen además el privilegio de poder utilizar tecnologías muy eficaces. Pensemos en la escasa influencia que tienen los medios no masivos (revistas de asociaciones y grupos de la sociedad civil) o medios alternativos no situados en el ámbito público. Las grandes organizaciones mediáticas eligen, marcan o señalan una cosa, algo, para que se distinga claramente de otra. Se trata de aquello (acontecimiento, debate, personaje) que consideran relevante según sus criterios (siempre dudosos, y generalmente interesados política y comercialmente) y que debe ser mostrado en la esfera pública y objeto de atención en la arena política. Además, los medios acostumbran (en una tendencia perturbadora cuando no perversa) a articular los temas y debates de actualidad con la publicidad, con el fin de crear asociaciones entre símbolos políticos y comerciales.
El ámbito de la opinión pública es, en mi criterio, bastante más extenso del que suele definirse desde la comunicación política, campo de aplicación estricto que restringe las posibilidades del análisis, que puede oscilar desde la información y la propaganda, por un lado, al deporte y entretenimiento, por otro. Aunque es cierto que la mayoría de los especialistas asocian el desarrollo de una ciencia de la opinión pública a la estabilización del sistema político democrático y al debate público sobre la democracia, es importante considerar que también el campo de la comunicación masiva se vincula estrechamente con el de la opinión pública, incluso se podría decir que ambos están articulados. El imaginario cultural-comunicativo expresado por los medios, en especial por los impresos y por los basados en la imagen, se ha ido incorporando en el tiempo a la comunicación política y representa ya un extenso conjunto de significados, como opiniones, juicios y valoraciones (Boeckelman, 1983).
Uno de los rasgos más relevantes de la sociedad contemporánea, y que en cierto modo la define es que la mercancía más interesante —y a veces decisiva para la toma de decisiones— es el conocimiento y, sobre todo, la información. Este campo se ha convertido así en una actividad económica de alto valor comercial, muy cotizada y que genera un porcentaje importante del producto interior bruto de un país; además, exige la necesaria integración entre informática, imagen y teletransmisión. El crecimiento del intercambio horizontal de información desde las redes, en especial Internet, es un claro ejemplo pero no el único. Castells habla de «la revolución de la tecnología de la información» y de la «economía informacional» como dos procesos paralelos que han conducido a la cultura de la virtualidad real. Aunque no afecta todavía a la hegemonía de los medios institucionales ni de las audiencias de masas, sí coloca en un primer plano el desarrollo de las redes interactivas y el espacio de los flujos informativos como fenómenos nuevos del «fin del milenio», recalcando la potenciación y el nuevo papel democratizador de la información en la sociedad interconectada (Castells, 1997).
Esta situación genera muchos problemas a una interpretación mediática del control social. Muchos datos sobre el conocimiento y la información restringida y cualificada están prácticamente bajo confidencialidad, puesto que, como cualquier otro servicio, tienen un alto coste de producción; y ciertos datos son secretos porque sólo benefician a los grandes intereses nacionales e internacionales, principalmente privados. En cuanto al acceso democrático real a la información, sólo los centros educativos y de investigación —en especial las universidades— permiten una utilización pública, prácticamente gratuita, y pocas veces se trata de datos que sirvan para tomar decisiones.
Otro problema grave es la manipulación inicial que realizan sobre datos de fuentes primarias los especialistas de los medios, en concreto el gatekeeper o selector de la información diaria que valora como más adecuada para ser tratada periodísticamente, según criterios bien editoriales o estrictamente comerciales (sensacionalismo, optimización publicitaria y atracción informativa).
La manipulación que sufre la información está más acentuada en el caso de la icónica (en las revistas, la radio y la televisión), debido al tipo de códigos que se suelen utilizar, que son los generales, es decir, los emocionales. R. Gubern ha destacado el alto valor informativo-comunicativo que tiene la imagen y sus posibilidades de manipulación, habiéndose, además, convertido en un aspecto clave de la posmodernidad por su incidencia sobre las nuevas formas de publicidad y propaganda. (Gubern, 1987).
Dentro del campo de la imagen, el proceso de elaboración y expresión del mensaje conduce a considerar una diferencia significativa entre persuasión semántica y persuasión subliminal. La primera se apoya en argumentos e imágenes con el fin de informar y orientar al receptor hacia una u otra decisión, mientras que la segunda presenta imágenes muy elaboradas desde el punto de vista psicológico, con fuertes cargas emocionales y simbolizaciones sutiles que se imponen a los mensajes racionales (Key, 1991).
Formalmente, todos los mensajes contienen, en mayor o menor medida, argumentos racionales junto con información objetiva (la descripción, por ejemplo); estos argumentos están asociados a cierta carga afectiva o emocional, relacionada generalmente con alguna de las cinco funciones comunicativas de que habla R. Jakobson en cuanto esferas de acción lingüística orientadas hacia un mismo fin dentro de la comunicación. Se trata de las funciones expresiva, conativa o de llamada, referencial o de representación, fática o de contacto, poética y metalingüística (Jakobson, 1985).
Autores de distinta orientación (psicológica, psicológico-social, lingüística, semiológica) han elaborado diversos modelos de análisis e interpretación de la noticia, género privilegiado para comprender la eficacia de la persuasión y, en su caso, de la manipulación. El poder de la información de actualidad, en especial de las «noticias», no se deriva sólo de su interés como «actualidad» (cualidad del momento o del tiempo en que estamos) o como referencia de lo que «acaba de suceder» o incluso «está sucediendo». Este poder se deriva específicamente de la finalidad semantizadora o creadora de sentido que tienen los periodistas, fotógrafos e incluso presentadores de programas. En la práctica, como los profesionales están habituados a dar cierto sentido a los hechos o a extrapolar uno nuevo, interesado, frecuentemente ideológico o político, los acontecimientos terminan por perder su carácter cualitativo y se convierten en meras justificaciones.
Por lo tanto, la práctica «habitual y cotidiana» del periodismo deforma sistemática y necesariamente cualquier significado objetivo, posiblemente porque se considera que la práctica sirve para preservar o incrementar intereses corporativos, por ejemplo comerciales, lo que se puede lograr fácilmente al espectacularizar las dimensiones y los elementos del acontecimiento, aspecto ya destacado en diferentes libros por analistas del discurso periodístico (Van Dijk, 1990).
La manipulación de la información con fines de engaño, consiste generalmente en la modificación de la información, en concreto de aquella parte considerada no pertinente por los agentes creadores de opinión; o bien en la ocultación de la misma, sobre todo de aquella que unos pocos —los manipuladores— consideran importante. Este último caso se puede considerar como secretismo con fines interesados e ideológicos. En cualquier caso, la manipulación incrementa el poder de las fuentes, emisores y mediadores en la opinión pública y desde ésta actúa sobre los receptores o públicos (Jacquard, 1988).
Destaco al respecto a Van Dijk, quien articula en su modelo al mismo tiempo una interpretación lógico-formal del lenguaje y una interpretación pragmática (como texto emitido). Este autor habla de estructuras temáticas y de representación periodística. Dentro de las primeras se incluyen los acontecimientos principales, los antecedentes y consecuencias, las condiciones y los actores principales, mientras que en las segundas aparecen el relato y el resumen (titular, entradilla) y luego los comentarios (situación, consecuencias, contexto, historia, reacciones verbales, circunstancias, acontecimientos previos, expectativas y evaluación, entre los más importantes). Ambas partes quedan subsumidas en lo que este autor denomina «superestructuras del texto», que explican teóricamente los esquemas del discurso, ya que se trata de estructuras definidas por categorías y reglas similares a las del relato literario (Van Dijk, 1990).
Se puede observar la variedad de aspectos de la noticia que pueden ser manipulados por la fuente y/o el emisor. Además, la lógica esquematización de la información en la noticia y sus consecuencias sobre una opinión pública débil, conformista y no conflictiva (aunque no debería ser así en la sociedad democrática) conduce a una permanente estereotipación de los contenidos.
En este proceso interminable de elaboración y emisión de mensajes traídos y llevados por los medios, los receptores, como ciudadanos que desde luego tienen conciencia de que necesitan una opinión pública objetiva y neutral sobre los problemas candentes de la actualidad, tienden a confiar demasiado en los medios, y a forjarse opiniones falsas sobre la realidad, ya se trate de acontecimientos, o bien de actuaciones de personajes de la vida pública.
La influencia de los creadores de opinión sobre los ciudadanos es evidente en cualquier sentido, positivo o negativo, y en todos los ámbitos, incluido el político. Cuando cambian de intereses —y en consecuencia de opiniones—, transmiten nuevos mensajes con sus potentes tecnologías comunicativas y su extraordinaria manipulación semántica, arrastrando a su favor, en consecuencia, claras y numerosas modificaciones en las opiniones de los públicos (González Seara, 1968, 34-45).
La selección de la información por parte de los mediadores especializados, se vincula estrechamente con la desinformación, que se da tanto cuando no se informa sobre algo importante, cuya difusión dañaría en mayor o menor grado ciertos intereses minoritarios, como cuando se informa mal; incluso el exceso de información puede considerarse desinformación desde el punto de vista semántico (Roiz, 1980, 135-155). La desinformación se identifica, además, con las noticias deformadas o engañosas, sobre todo aquellas utilizadas deliberadamente como propaganda política, religiosa, económica, comercial, etc. La desinformación circula por las mismas vías de acceso para el receptor que la información, compartiendo generalmente fuentes y soportes tecnológicos.
El planteamiento de determinadas preguntas ayudará a sacar a la luz las intenciones ocultas de los emisores respecto a qué es lo adecuado para sus intereses. El conocimiento de los criterios de selección de la información y sus objetivos (para qué sirve y qué es lo más valioso de la misma) nos ofrecerá buenas pistas sobre el poder de las empresas informativas, el rol sociopolítico del periodista y el papel de las industrias culturales en el mundo contemporáneo. Creo que algunas de las preguntas que me hago sobre los periodistas y que dejo abiertas podrían darnos respuestas tanto acerca de su concepción del mundo y de la sociedad como sobre su relación con los centros económicos y políticos de decisión informativa. Entre ellas destaco las siguientes:
Entre las formas periodísticas más utilizadas de manipulación de la información destaca la elaboración de estereotipos, sobre todo, en las noticias. Las imágenes sociales que tenemos los ciudadanos de alguien (personajes de la vida pública, como políticos, actores, escritores, sindicalistas, deportistas, etc.) o de algo (países, regiones, ciudades, profesiones, etc.), e incluso de grupos, instituciones y organizaciones de cualquier tamaño y actividad o de miembros de sociedades, clases sociales o estamentos, son en buena parte creaciones cultural-comunicativas que nos transmiten los medios de comunicación dentro de sus informaciones. Muchos de los estereotipos que recibimos están incorporados a los contenidos de las noticias de actualidad y también a los acontecimientos históricos, referidos a hechos pasados (Sangrador, 1981). La codificación realizada se fundamenta en la selección de atributos en forma de adjetivos y adverbios de diverso signo, bien positivo o bien negativo. Los contenidos de los estereotipos suelen cambiar, se modifican en el tiempo.
Pero también los contenidos de otro tipo de información —narraciones sentimentales o familiares, entrevistas, concursos, historias de la vida o espectáculos— están llenos de estereotipos e incluso de «clichés», considerados éstos como «lugares comunes»: playas o estaciones de esquí de moda; ciudades archifotografiadas o descritas como Nueva York, París, Roma, Miami o Los Ángeles; restaurantes de moda, edificios emblemáticos como la Torre Eiffel, el Coliseo…
La simplificación incluye, además del concepto sencillo, reducido y eficaz que es el estereotipo, y debido al principio de la comercialización necesaria de los mensajes, una tendencia a espectacularizar toda la realidad, lo que facilita el control social: primero, para adquirir un carácter cultural y comunicativo; y posteriormente, para facilitar la transmisión de las nuevas ideologías (el consumismo, la adquisitividad, el hedonismo, el individualismo…).
Por medio de los mecanismos descritos, todo lo que leemos, vemos, escuchamos o contemplamos está impregnado de elementos de estereotipación, generalmente con carácter peyorativo, ya que suelen contener atributos negativos.
Tanto por su naturaleza lingüística y simbólica como por su carácter fijo y permanente, los estereotipos se resisten a ser modificados (en el signo, en la clase de atributos, en las asociaciones conscientes), aunque pueden cambiar e incluso transformarse debido a los propios cambios en el lenguaje de los medios y también gracias a la educación, cuando existe disonancia cognoscitiva entre las imágenes de la realidad y la percepción real (Festinger, 1975). En este caso se puede producir una pérdida de credibilidad del medio, que se proyecta generalmente sobre la fuente (la cabecera de un periódico, una emisora de radio o una cadena de televisión).
De todo lo anterior se puede deducir que el estereotipo y el cliché encubren un sistema sociocomunicativo amplio de prejuicios y juicios morales más o menos oculto en la sociedad (Gramsci, 1969, 339-340).
En 1921, Lippman definió el estereotipo como el elemento clave para comprender e incluso explicar los contenidos y las consecuencias de la información de su época, básicamente periodismo impreso. Desde entonces, y debido a su operatividad y capacidad para ser manipulado, el estereotipo se ha ido convirtiendo en uno de los elementos centrales a la hora de analizar las actitudes (y opinión, valoración y juicio) de los emisores institucionales, ya que define una manera de tratar el mensaje y, sobre todo, de codificarlo para alcanzar el objetivo principal de los emisores: persuadir, incluso manipular (Lippmann, 1964).
Las reglas generales de construcción de los estereotipos se basan en la semántica y en la necesidad de producir sentido a los datos sobre la realidad construida. Además de facilitar el trabajo periodístico (simplificación, organización, eficacia), la norma de la estereotipación conduce a una simplificación excesiva de las relaciones sociales que ha vaciado de contenido la mayor parte de la actividad periodística y ha influido en la creación de una opinión pública fácilmente manipulable. Entre otras consecuencias, se ha tergiversado la percepción de la complejidad por parte de los públicos, que además se han acostumbrado a este tratamiento un tanto cómodo, cuando no perverso, y desde luego ideologizado. Las rutinas productivas de los emisores, en asociación con la eficacia de los canales técnicos, han producido una extrema simplificación del mundo social y político que afecta a la calidad de la educación y cultura recibidas (Rodrigo Alsina, 1989).
Un ejemplo cotidiano: los telediarios de diversas cadenas emitidos el mismo día y en el mismo país, e incluso en países de la misma área cultural y política, tienden a «significar lo mismo» (lo estereotipado con unas variaciones mínimas), ofreciéndonos esa sensación tan generalizada entre los receptores-ciudadanos respecto a los mensajes mediatizados: la monotonía, el aburrimiento y la superficialidad.
Inicialmente el estereotipo surgió como una creencia popular elaborada por la tradición e incluso por el folklore (pensemos en la cantidad de estereotipos que contienen las leyendas históricas y los cuentos de hadas) y cuya función cultural era representar con sencillez expresiva, pero también con emotividad, determinado carácter de un personaje o grupo, para poder comunicarlo con sencillez y eficacia. Con el desarrollo de la comunicación de masas —y todavía más al emerger soportes como el cine, la radio y la televisión—, el estereotipo se ha ido transformando en una mezcla de tópico y de cliché, poco apta para representar la realidad.
Es frecuente que en nuestra cultura de masas europeo-occidental, los delincuentes aparezcan en los estereotipos como jóvenes morenos, que visten pantalones vaqueros, de rasgos angulosos y agresivos; que los alemanes sean gruesos, rubicundos, bebedores de cerveza y vocingleros; que los catalanes sean laboriosos y racionales pero tacaños y mal hablados, etc.
Los medios modernos de comunicación suelen transmitir, aparte de estereotipos generales como los señalados, estereotipos específicos relacionados con personajes de la vida política, económica, sindical, cultural, deportiva o del propio ámbito de la comunicación (presentadores de televisión, directores de cine, guionistas, etc.), que suelen ser diferentes, ya que tienden a concentrar su atención en atributos de apariencia personal (vestir a la moda, apariencia física, incluso atributos sexuales), así como tics y tópicos de personalidad establecidos por el ambiente y hasta por los propios periodistas, desde simpatía y relaciones sociales hasta atracción erótica y capacidad amatoria.